martes, 23 de julio de 2013

P.Sherman, Calle Wallabi 42, Sydney





Aprovechando dos semanas de vacaciones de los peques y la visita de los abuelos, nos hemos liado la manta a la cabeza y nos hemos ido a conocer Sydney, la primera semana de Julio.

Como ya sabéis viajar y hacer turismo con cinco peques resulta siempre algo complicado así que hemos tenido que adaptarnos un poco a sus intereses, pero ha resultado un viaje precioso y se han portado fenomenal.

Dado que éramos 9 y encontrar acomodo en un hotel iba a ser carísimo y super incómodo alquilamos una gran casa en la bahía de Mosman para toda la semana. Es un barrio residencial, como a unos 20 minutos en coche del centro, lleno de casas preciosas y con una playa súper bonita a la que podíamos ir andando. Aunque ahora aquí es pleno invierno y en Sydney hace un poquito más de frío que en Brisbane, los peques no desaprovecharon la ocasión de jugar un ratín en la arena y meter un poco los pies en el agua mientras yo no miraba.


Bahía de Mosman



Los peques con el abuelo y papá corriendo por la playa
Mi pequeña tomando el solecito

El primer día subimos a la Sydney Tower a ver las espectaculares vistas de la ciudad al atardecer y dimos un paseo por la city, bastante parecido al centro de Madrid. Muchos rascacielos y grandes edificios de oficinas y tiendas de las grandes marcas comerciales (vi un Zara después de tantos meses y casi se me saltaban las lágrimas) con parques de gran vegetación, como se estila aquí, ya que con este clima les crecen las plantas (y los bichos claro) que da gusto.


En Hyde Park
El Segundo día fuimos al consulado español en Sydney (que por cierto es una oficinilla enana y cutronga) a renovar los pasaportes de los tres pequeños ya que les caducaban en breve y en Brisbane no hay consulado. Una vez hecha la gestión, nos fuimos andando desde el centro a ver La Ópera y el Harbour Bridge y nos dimos un maravilloso paseo en ferry por la bahía aprovechando el fantástico día de sol.


En el ferry con la opera de fondo


Vistas de la ciudad con las dos monas posando tan naturales.

Aunque en experiencias anteriores juramos que jamás nos volveríamos a subir en un barco con los niños hasta que el más pequeño no cumpliese los 36, he de decir que esta vez se portaron genial y ninguno se trato de tirar por la borda... es muy posible también, que influyera el hecho de que el pequeño terremoto hiciera todo el viaje completamente frito.



La zona del muelle desde el que salían los ferries estaba atestada de turistas y de gente y había mucha animación y un montón de restaurantes y atracciones. Es un paseo precioso bordeando el mar desde el Harbour Bridge hasta la Ópera.


Papá y los pollitos con el puente al fondo.

Había una excursión en la que te ponían unos arneses y te subías por el arco del puente, pero ante el enfado de papá decidí que ya la haríamos dentro de 30 o 40 años, sin prisa.

La Ópera es uno de esos sitios, que pese a haberlo visto una y mil veces por la tele o en películas, no decepciona. No solo está en una punta de la bahía en un entorno mágico si no que es una edificación impresionante. Vista de cerca la cubierta está hecha de baldosines de distintos tonos de blanco que cambian con la luz del sol y es espectacular. Además es uno de los pilares de la vida cultural de Sydney y presenta durante todo el año un envidiable programa de actividades. Nos conformamos con verla por fuera pero también hacen visitas guiadas por su interior.
Da gusto decirle a esta niña que pose


La Ópera vista desde la otra orilla de la Bahía






Al día siguiente pasamos el día en Darling Harbour. Es otro muelle bastante cercano al centro de la ciudad pensado para ir con niños y no aburrirse ya que engloba, el Acuario, un mini zoo de animales salvajes, el museo marítimo, el museo de ciencias Powerhouse, el jardín Chino de la amistad y un montón de tiendas y restaurantes.


Darling Harbour


Dado que no nos iba a dar tiempo a ver todo, D muy cortésmente declinó la visita al jardín chino por sus mismísimos y empezamos por el acuario.

El acuario, como todos los sitios con bichillos estuvo entretenido para los peques que con cualquier cosilla flipan colorines pero en honor a la verdad hay que decir que es una caca y no merece para nada la pena lo que cuesta la entrada. Comparado con el oceanográfico de Valencia, es un chiringuito chungarreta (eso si, seguramente aquí no prevaricó nadie para construirlo jijiji) pero los niños disfrutaron mucho viendo a Nemo y Dori, autóctonos de estas tierras y tocando estrellas de mar.


Atención a las caras de los bichillos ...imposible que salgan en una foto sin hacer el canelo.

Luego le tocó el turno al museo de la Marina. Está compuesto por un museo propiamente dicho y tres barcos anclados en el muelle: una replica del barco con el que llegó a tierras australianas el capitan Cook, un barco de guerra y un submarino.
Dado que son barcos reales y no están especialmente pensados para niños, sólo pudieron pasar el abuelo y papá con los mayores. Los demás nos quedamos en tierra. La visita les gusto mucho pero no tenemos fotos porque si se paraban a sacar la cámara J se tiraba por la borda, así que hubo que elegir :-).





Al día siguiente fuimos al Australian Museum y Barracks.

El Australian Museum es básicamente un museo de Ciencias Naturales y algo de historia aborigen (=aburriden), así que nos inflamos a ver bichillos autóctonos de todos los tamaños y colores, y lo que es peor, de los que cualquier día te puedes encontrar en tu jardín.



Barracks, es una edificación de las más antiguas de Sydney, convertida en museo y que en su día era una cárcel donde se daba alojamiento a los primeros presos que vinieron al país condenados a trabajos forzados. Muy interesante ver un poco de los orígenes de este gran país.


Papá contándoles la historia a los atentos pollitos


El último día ante el agotamiento general de la tropa decidimos coger un autobús turístico de esos descubierto que te dan una vuelta por la ciudad y alrededores, con lo que vimos alguna cosilla que se nos había quedado atrás. De las pocas cosas que no estaba mal, en relación calidad precio.

Momento mágico de quietud en la parada del autobús

En nuestra última tarde de turismo, fuimos al museo Powerhouse.
Situado en una antigua central eléctrica, este resultó ser el museo ideal para niños inquietos y padres friki-ingenieros.
Es un museo de ciencias, tecnología, ingeniería y experimentación, pensado para que los niños toquen y prueben, así que estuvieron de lo más entretenidos.

En la mesa de los videojuegos clásicos (vamos de mi época) donde podíamos haber pasado el día.

Construyendo una molécula. Súper profesionales

En el parque interactivo

J, desmayado de la emoción al ver un cohete espacial al natural

Como todos los viajes con los peques, ha sido cansado, pero nos ha gustado un montón. Es una ciudad preciosa, digna de ver y ha merecido la pena. Esperamos seguir aprovechando nuestra estancia por estos lares, para conocer destinos por esta zona. Próximo objetivo, Nueva Zelanda.


2 comentarios:

  1. ¡Echaba de menos tus posts! ¿Éste lo has escrito para mi? XD
    Por cierto, ya hemos deliberado...fumata bianca!!!

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    1. ¡Y me dejas así! Haz el favor de contarme en que queda la cosa.

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